Esta semanita, como quien no quiere la cosa, nos hemos sacudido de un plumazo algún chorizo, inepto, y en algún caso, ambos a la vez. Comenzamos con la "Menestra" de Sanidad (por llamarla de algún modo, ya que el título de Ministra siempre le vino grande) a quien no dedicaré más que un suspiro de alivio, porque ya cuenta con varios monográficos de su gestión en este blog. Y también, al conocido como cliente vip de los Loteros, el aeropuertario Fabra, que imagino jugando con avioncitos de papel hechos de billetes de 500 euros, en su celda de Aranjuez. Pero la semana da para mucho, y ya casi a su fin, hemos conocido el cese del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez.
Ese hombre que surgió en nuestras vidas destinado a hacer buenos a sus incompetentes predecesores: Lamela, Güemes y Lasquetti. No cabía mayor tontuna. Pero sí maldad. Y así como el ébola llegaba de sorpresa a nuestras vidas, él se jactaba de que no era un muerto de hambre, sino que venía bien comido de casa ( Y tanto, hasta parecía haberse metido a su suegra y a todo el servicio doméstico entre pecho y espalda) Y no le tembló la voz al llamar a una entonces moribunda Teresa Romero, mentirosa; o bromear sobre peluquerías y tintes en relación a su estado de su salud. Además de considerarla estúpida por no haber sido capaz de colocarse el traje protector apropiadamente: "No creo yo que haga falta hacer un máster para ponérselo", dijo con ese tono de jefe de departamento viejuno, clasista y rancio. Luego pidió disculpas por sus declaraciones, llamadme loca, pero creo yo que obligado por sus "mayores" y sin ningún convencimiento. Y tras una temporada calladito, que está más guapo, si esto es posible, volvió a la andadas. Y aquí ya alcanzó la gota que colmó el vaso, porque vino a decir que gracias a ÉL, SUPERÉBOLAMAN, nuestro héroe allá donde los haya, la enfermera Teresa Romero seguía vivita y coleando y, por tanto, tan mal no lo habría hecho.Vamos, soy yo un miembro del équipo médico que trató a la enferma, y le lanzo con los ojos tapados por un antifaz todo el arsenal quirúrjico. ¿Cabe más desfachatez?
Pues nada, Sr. Rodríguez, a volver a casita para seguir comiendo bien. Y cuidadín, que con las Navidades se puede pegar un atracón y ya no le queda espacio dentro. Ni en la barriga. Ni en el cerebro. Ni mucho menos en el corazón.
Y es que nadie es perfecto. Pero hay quienes no conocen la perfección ni siquiera por asomo.
El hombre éste pa diplomático no tiene precio!!
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