Nunca me cansaré de militar en contra de todo lo que suene a fomento de la anorexia y bulimia o a convertir el cuerpo de las mujeres en una manipulación de modas y tendencias, especialmente desde que el verano ha dejado al descubierto el cuerpo de jóvenes esqueléticas, ojos hundidos y expresión triste que balanceaban su fragilidad por calles y playas.
Pero de repente, comenzamos el otoño con lo que ha sido el trending topic de la inauguración de la temporada: el aumento de peso de la presentadora de televisión Tania Llasera. Tras su aparición en los medios, ha sido un bullir de comentarios en las redes sociales, malévolos y despreciativos unos, a favor y en apoyo otros, incluso creando una plataforma en su defensa, "Todas somos Tania Llasera". Tanto, que la chica ha tenido que salir a la palestra para dar explicaciones sobre las causas de esos kilos que ha añadido a la balanza: su decisión de dejar de fumar. Pero lo que parecía iba a frenar la polémica, muy por el contrario la ha encendido, convirtiendo por un lado su decisión en una gran heroicidad, o por otro, ahondando en las burlas.
Hace unos meses se produjo un caso similar. El de la modelo Esther Cañadas que apareció en una revista de la prensa rosa con un volumen superior al que nos tenía habituada. De nuevo, revuelo en las redacciones, en los programas de mañana...Y ella, como Tania, casi obligada a manifestarse, como si su cuerpo fuera patrimonio nacional y todos tuviéramos derecho de pernada sobre él. En este caso, se debía a una medicación temporal para el tratamiento de un problema de salud. ¿Tenía que gritar a los cuatro vientos las razones o justificar su pecado? El público y, sobre todo, los medios, así se lo exigían, y si no, la rumorología y las especulaciones se abrirían paso a dentelladas esgrimiendo extravagantes ideas.
Más sangrante fue el caso de la actriz de Bollywood Aishwarya Rai quien, tras aparecer en el Festival de Cine de Cannes a los 8 meses de dar a luz y con más kilos de los previstos, sufrió un aluvión de críticas, amenazas, incluso de muerte, por no haber recuperado su figura tras el parto. Ya se sabe que en la India las actrices y actores son elevados al altar de los dioses, así que ella, como el resto, también tuvo que confesarse al respecto argumentando que estaba amamantando a su hijo y por ello trataba de alimentarse bien.
En los últimos tiempos conviven en las pasarelas varias tendencias. Las modelos esqueléticas, las maniquís ancianas y parecen irrumpir con fuerza las modelos de tallas grandes. Es lo más fashion. Algunos lo venden como "Por fin llega la mujer libre de la tiranía de las tallas". Como si la culpa fuera nuestra y no de un gremio que ha tratado de reducirnos a los huesos jugando con la salud de nuestras adolescentes, imponiendo un modelo imposible, y por si fuera poco, retocado por photoshop. De nuevo, quieren manipularnos y hacernos creer que la felicidad se mide en kilos, antes de menos y ahora de más.
Mi demanda, casi grito, es:
¿Pueden dejar de decirnos el mundo de la moda, los medios o quién puñetas sea, el cuerpo que debemos tener las mujeres? Dedíquense a crear todas las tallas, que ya nos encargaremos nosotras de dicidir la nuestra sin presiones ni cánones.
Y para terminar, os dejo con un relato que escribí para el concurso "Vístete de Autoestima",
organizado por la Plataforma Motivos para dar la Talla y el Diario La
Vanguardia. Con tan buena suerte, que resultó ganador en la categoría de
lengua castellana, y que a continuación quisiera compartir con
vosotros.
DESENTALLADA
Sara ya no mira las calorías que figuran en los envases. Hace tiempo
que las acelgas y las manzanas dejaron de ser la base de su dieta.
Comienza a comprender que la decisión de hacerse vegetariana era una
manera de intelectualizar un problema, pero no una decisión libre y
reflexionada.
Ya no se siente culpable si alguna tarde no acude a yoga o coge el metro en lugar de usar la bici.
Tampoco se engaña pidiendo en las tiendas una talla 36, tratando de
embutirse en ella. Ni se quita kilos cuando habla con las amigas, en un
vano intento de resultar más liviana a las miradas ajenas. Y eso de
ponerse de puntillas en la balanza para aligerar el peso, es historia.
Ya no elige entre cenar o tomar una copa. Ni bebe el agua por litros
para llenarse el estómago y ahogar el hambre. Ni llora en silencio tras
haberse provocado el vómito en un momento de desesperación.
Ya no come sola, como hacía, para evitar las críticas sobre su
endeble alimentación y el sentimiento de culpabilidad de haber
introducido en su cuerpo unos gramos más que algunos de los comensales
que la acompañan.
Sara ya no se compara con la gente por la calle, escudriñando su
peso. Ni se detiene a mirar las portadas de las revistas, sintiéndose el
ser más obeso del mundo.
Todo cambió el día que mirándose por enésima vez al espejo,
contemplando su enorme masa corporal, un pequeño flash, quizá un momento
de lucidez, le devolvió una imagen esquelética y triste.
Su verdadera imagen.
Fue entonces cuando descubrió que dar la talla le estaba costando la vida, y decidió ser para siempre, una “desentallada”.
Por eso, Sara ya no cuenta las calorías que figuran en los envases.
No dejemos que el cinismo aumente de talla.
Porque nadie es perfecto.
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